Somos
diferentes. Únicos. Nuestro código genético permite esta
posibilidad. No ha habido, ni habrá, nadie como nosotros. Nadie como
yo; como tú. Sin embargo, y yendo a contranatura, la sociedad nos
empuja a ser iguales, a formar parte de un grupo, un todo que
difumina al individuo. Afortunadamente podemos escapar de esta
homogeneidad; podemos soñar. Es un derecho que ninguna ley nos podrá
prohibir, allí somos libres, nuestros sueños son nuestros, solo
nuestros, pero a veces se pueden compartir, a veces, incluso con el
mundo.
Eso
hizo Jeremy Lin: soñar. Soñó tantas veces el mismo sueño que,
después de mucho esfuerzo y tenacidad, se volvió real.
Nadie
podía esperar lo que sucedió, nadie excepto él. Lin luchó
esperando la llegada de una oportunidad como esa. Nunca lo tuvo
fácil, no obtuvo ninguna beca deportiva, ni fue drafteado, pero lo
tuvo claro. El licenciado en económicas por la Universidad de
Harvard sabía que tarde o temprano las cuentas cuadrarían. Así
sucedió.
Una
carambola del destino, una oportunidad imprevista, una ristra de
casualidades e infortunios convergieron para que el soñador taiwanés
pudiera despertar.
Mike
d'Antoni, sobrepasado por una pésima trayectoria deportiva que no
hacía más que empeorar (11 derrotas en 13 partidos), optó por
darle una oportunidad; él mismo quedo perplejo de su descubrimiento.
Una
franquicia histórica andaba perdida y sin rumbo, ni la llegada de
entrenadores y jugadores que engrandecieron los equipos de los que
procedían conseguían hinchar el balón de los Knicks. El aire nuevo
que insuflaban al llegar a la gran manzana se volvía turbio a las
pocas semanas. El exigente aficionado neoyorquino se desalentaba, y
las ilusiones depositadas en los nuevos proyectos se diluían como un
azucarillo en el café.
New
York vivía el gris presente con resignación, pero de pronto
alguien empezó a colorear el Madison. El 4 de febrero
nació un fenómeno; el mundo empezó a soñar.
¿Quién
es?... ¿De dónde ha salido?... Nadie lo conocía, pero a partir de
entonces todo el mundo lo quiso hacer: a qué hora se ha
despertado, qué ha comido, dónde ha dormido, con quién...
Había un gran interés por conocer aquel enigma salido de la nada,
creado por generación espontánea; nació un fenómeno. Jeremy Lin
superó con creces el efecto que produjo en la comunidad asiática al
fichar por Golden State, derribó la barrera racial y empezó a
ganarse la admiración global.
En
mi humilde opinión, asistimos a un fenómeno sin precedentes. Todos,
del primero al último, nos sorprendimos; y maravillamos.
Liderados
por un desconocido, los Knicks empezaron a ganar. Con un juego fácil,
sin florituras ni complicaciones. Empezó a dirigir a un equipo
huérfano de estrellas (Anthony y Stoudemire estaban fuera por
diferentes motivos). A Lin no le dieron ninguna oportunidad, se la tuvo
que ganar, y lo hizo sin miedo. No importaban los errores en el tiro
ni las pérdidas de balón. Jeremy mostró un juego agresivo y, como
no, inteligente.
Empezaron
a aparecer muescas en su revolver. Su primera víctima fue Deron
Williams, todo un All-Star al que propinó 25 puntos. Los Knicks
ganaban, y él era el responsable. Un equipo por aquel entonces muy
mermado y con escaso talento ofensivo empezó a ganar los partidos
que con sus estrellas perdían. Seguían los partidos y el fenómeno
crecía sin aturador. Nadie podía pararle. El número 1 del Draft del
2010 (John Wall) también cayó víctima del torbellino asiático.
Imparable. Ni la sombra más corpórea de Jordan logró detener el
fenómeno; en su enfrentamiento contra los Lakers, Lin metió 38
puntos, algunos de ellos bajo la defensa del mismísimo Kobe Bryant.
Un
rey de reyes que había sucumbido, como tantos otros, ante aquel
fugaz emperador.
Nombrado
Jugador de la Semana en la Conferencia Este con unos promedios de
27,3 puntos, 8,3 asistencias y 2,0 robos.
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Diez
días más tarde de haberse creado el fenómeno se le puso nombre.
Con empate en el marcador Lin decidió que el partido acabaría sin
demora, pues anotó sobre la bocina el triple que daba una nueva
victoria al equipo neoyorquino. Fue después de lo sucedido en el Air
Canada Center, con el fenómeno en plena expansión, donde se empezó
a acuñar el nombre de Linsanity.
Los
críticos empezaron a alabar al mismo jugador que un par de años
atrás consideraron un fichaje publicitario de Golden State; lo era.
Pero del mismo modo que también lo es ahora, la diferencia es que
ahora se cumplirá el objetivo: será rentable. No solo su entorno ha
cambiado, él tambien lo ha hecho. Necesitó cambiar para que su
mundo cambiara.
Jeremy
Lin fue listo. Adaptó su juego para sobrevivir en un hábitat que no
fue creado para un chico como él. Sabía donde quería vivir, y
adaptó su físico para poder sobrevivir a esa jungla. En una
palabra: evolución.
Su
cuerpo mutó. Se volvió más rápido y más fuerte. Su tenacidad
trajo frutos: subió casi 7kgs de músculo; saltaba 10cms más alto y
15 más lejos. Mejoró su velocidad lateral en más de un 30%,
duplicó el peso que era capaz de levantar y, por si fuera poco,
cambió su mecánica de tiro. La mejora en tal variedad de aspectos
le permitió estar preparado para cuando llegase el momento de salir
a la cancha; demostrarse que no era el mismo.
El
resultado de este crecimiento físico le ha permitido demostrar su
talento como jugador de baloncesto, pero requería de esa evolución
para poder hacerlo.
Ahora,
después de firmar con Houston un contrato de 25 millones por tres
temporadas (con posibilidad a una cuarta) Lin deberá demostrar que
su nuevo contrato no está inflado y es el que se merece. Tendrá que
volver a demostrar, a gran escala, que su fichaje no ha sido
meramente un movimiento de mercado.
Un
nuevo reto que conquistar; nada nuevo.
En un par de días colgaré un video sobre Jeremy Lin que no os debéis perder. Un elaborado video en el que se entremezclan de forma magistral fragmentos de la reciente historia NBA con un speech motivacional que pueden calaros muy hondo. ¡No os lo perdáis!
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