Cualquier
jugador profesional quiere estar en la NBA, jugar allí representa su
sueño, es el motivo por el que han trabajado su cuerpo y mejorando
su tiro; su sitio está allí.
Los
mejores prospectos de los cinco continentes se foguean en el
baloncesto universitario o en Europa para conseguir ser un plato más
apetecible y atrayente a ojos de los scouts, para recibir elogios de la prensa
y cosechar el cariño del público que muchas veces logran convertir
en incondicional.
Los
rumores que ligan a Victor Claver con los Idaho Stampede (equipo de
la D-League asociado a los Blazers) son cada vez más persistentes. Y
aunque suene duro, merecido lo tiene.
Es
fácil escuchar los cantos de sirena de voces interesadas, de creerse
capaz de triunfar al otro lado del charco sin antes imponer su ley en
Europa. Claver ha exhibido su talento a cuentagotas y con
intermitencias; no se ha dado cuenta de la dimensión de su salto. La
NBA es una selva despiadada, la más competitiva e insensible de
cuantas puedan haber. Incluso para los mejores jugadores europeos se
convierte en un reto que pocos son capaces de superar con éxito,
pues no depende tanto de la calidad que poseas sino de tu adaptabilidad a un
hábitat tan particular.
Desafortunadamente,
el juego de Claver no se adapta al veloz ritmo de los partidos NBA.
En España podía alternar las posiciones de tres y cuatro
adaptándose a lo que el equipo requería; tenía un físico
superior. Pero en la NBA este hecho, lejos de ser una ventaja se
convierte en un inconveniente, un problema de difícil solución. Si
quiere tener alguna opción de triunfar en la NBA tiene que definir su posición; y también su físico.
Ahora
mismo no tiene la suficiente calidad para ser tres ni el cuerpo
adecuado para ser cuatro, y a la vista está que los tres y medio no
tienen mucha aceptación en la mejor liga del mundo. Ejemplo de ello
lo encontramos en uno de los mejores cuatros de la NCAA: Jared
Sullinger, que debido a su corta estatura y su justa capacidad
atlética, acabó cayendo a la posición 21 debido a no poder definir la posición que desempeñaria en la NBA.
Quizá
sea injusto, pero es la ley de la oferta y la demanda: la NBA pide
especialistas que rompan zonas con sus triples, espartanos de la
pintura, aleros imponentes... ¿Claver se ajusta al perfil que
quiere el comprador? Claramente no.
Los
que sigan la NCAA sabrán la tremenda cantidad de escoltas
universitarios con muñeca excelsa que se ven obligados a emigrar a
Europa después de terminar su periplo universitario porque para
ellos no hay acomodo en la mejor liga del mundo. Algunos consiguen
hacer carrera NBA reciclándose a la posición de base, una posición
para la que no han sido enseñados ni preparados.
Un
problema endémico de muchas franquicias es que en el momento de la
elección de nuevo talento, sobreponen el potencial del jugador a lo
que verdaderamente es en ese momento, y es legítimo que hagan esto,
en cierta manera es incluso comprensible, pues al fin y al cabo pocos
jugadores se pueden considerar ya formados y menos aún preparados
para la NBA. Pero entonces tampoco nos debe extrañar la ingente
cantidad de pufos que han salido de altas elecciones del draft: Darko
Milicic, Mickael Olowakandi, Nikoloz Tskitishvili, Hasheem Thabeet,
Jonny Flynn, Joe Alexander, Yi Jianlian, Tyrus Thomas, Jan Vesely,
Martell Webster, Kwame Brown, DeSagna Diop... La lista de jugadores
es infinita.
El
problema con el que se enfrenta Claver es similar al que están
viviendo estrellas universitarias como Jeremy Lamb o Terrence Jones,
y aunque ahora mismo el futuro no es nada halagueño, lo bueno que
tiene la NBA es que de un momento o otro la cosa cambia, la oportunidad aparece.
Necesitas dos cosas para triunfar en la NBA: talento (del
tipo que sea) y oportunidades. Recibir la oportunidad no depende de
ti, pero una vez la consigas, es el momento de sacar a relucir el
talento que te ha llevado allí para demostrar que ese es tu sitio,
que puedes convertirte en un peligro más de aquella jungla.
Eso depende de ti.
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