martes, 4 de diciembre de 2012

Saber esperar



Cualquier jugador profesional quiere estar en la NBA, jugar allí representa su sueño, es el motivo por el que han trabajado su cuerpo y mejorando su tiro; su sitio está allí.
Los mejores prospectos de los cinco continentes se foguean en el baloncesto universitario o en Europa para conseguir ser un plato más apetecible y atrayente a ojos de los scouts, para recibir elogios de la prensa y cosechar el cariño del público que muchas veces logran convertir en incondicional.

Los rumores que ligan a Victor Claver con los Idaho Stampede (equipo de la D-League asociado a los Blazers) son cada vez más persistentes. Y aunque suene duro, merecido lo tiene.

Es fácil escuchar los cantos de sirena de voces interesadas, de creerse capaz de triunfar al otro lado del charco sin antes imponer su ley en Europa. Claver ha exhibido su talento a cuentagotas y con intermitencias; no se ha dado cuenta de la dimensión de su salto. La NBA es una selva despiadada, la más competitiva e insensible de cuantas puedan haber. Incluso para los mejores jugadores europeos se convierte en un reto que pocos son capaces de superar con éxito, pues no depende tanto de la calidad que poseas sino de tu adaptabilidad a un hábitat tan particular.

Desafortunadamente, el juego de Claver no se adapta al veloz ritmo de los partidos NBA. En España podía alternar las posiciones de tres y cuatro adaptándose a lo que el equipo requería; tenía un físico superior. Pero en la NBA este hecho, lejos de ser una ventaja se convierte en un inconveniente, un problema de difícil solución. Si quiere tener alguna opción de triunfar en la NBA tiene que definir su posición; y también su físico.
Ahora mismo no tiene la suficiente calidad para ser tres ni el cuerpo adecuado para ser cuatro, y a la vista está que los tres y medio no tienen mucha aceptación en la mejor liga del mundo. Ejemplo de ello lo encontramos en uno de los mejores cuatros de la NCAA: Jared Sullinger, que debido a su corta estatura y su justa capacidad atlética, acabó cayendo a la posición 21 debido a no poder definir la posición que desempeñaria en la NBA.

Quizá sea injusto, pero es la ley de la oferta y la demanda: la NBA pide especialistas que rompan zonas con sus triples, espartanos de la pintura, aleros imponentes... ¿Claver se ajusta al perfil que quiere el comprador? Claramente no.

Los que sigan la NCAA sabrán la tremenda cantidad de escoltas universitarios con muñeca excelsa que se ven obligados a emigrar a Europa después de terminar su periplo universitario porque para ellos no hay acomodo en la mejor liga del mundo. Algunos consiguen hacer carrera NBA reciclándose a la posición de base, una posición para la que no han sido enseñados ni preparados.

Un problema endémico de muchas franquicias es que en el momento de la elección de nuevo talento, sobreponen el potencial del jugador a lo que verdaderamente es en ese momento, y es legítimo que hagan esto, en cierta manera es incluso comprensible, pues al fin y al cabo pocos jugadores se pueden considerar ya formados y menos aún preparados para la NBA. Pero entonces tampoco nos debe extrañar la ingente cantidad de pufos que han salido de altas elecciones del draft: Darko Milicic, Mickael Olowakandi, Nikoloz Tskitishvili, Hasheem Thabeet, Jonny Flynn, Joe Alexander, Yi Jianlian, Tyrus Thomas, Jan Vesely, Martell Webster, Kwame Brown, DeSagna Diop... La lista de jugadores es infinita.

El problema con el que se enfrenta Claver es similar al que están viviendo estrellas universitarias como Jeremy Lamb o Terrence Jones, y aunque ahora mismo el futuro no es nada halagueño, lo bueno que tiene la NBA es que de un momento o otro la cosa cambia, la oportunidad aparece.

Necesitas dos cosas para triunfar en la NBA: talento (del tipo que sea) y oportunidades. Recibir la oportunidad no depende de ti, pero una vez la consigas, es el momento de sacar a relucir el talento que te ha llevado allí para demostrar que ese es tu sitio, que puedes convertirte en un peligro más de aquella jungla.



Eso depende de ti.

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