Aunque
a menudo indulgente, la naturaleza nos recuerda que no nos pertenece.
Capaz de sacar una fuerza indómita, su furia no tiene igual, y en
sus múltiples variantes, el poder que desata suele ser devastador.
Punto y seguido. Ha empezado la temporada con la misma fuerza que la terminó, empeñado en demostrar que su físico tiene un hueco en la liga más física del mundo. Su corta estatura no le está impidiendo guerrear delante de las peores bestias de este circo.
La naturaleza en su estado más salvaje |
Pero
más allá de estas imágenes hay un extraño fenómeno que recorre
ciudades exhibiendo su fiereza. En la liga hay una fuerza cada vez
más difícil de controlar, una fuerza cuya naturaleza es cada vez
más virulenta.
El
fenómeno ya empieza a asustar y las autoridades pertinentes intentan
aplacar esa ira desbocada. Los equipos empiezan a tenerlo en cuenta,
a preocuparse por él; temerlo. No se trata de una tormenta de
verano, no se trata de un fenómeno pasajero. Pasa el tiempo y su
efecto no hace más que aumentar.
*Antes
de que desveléis la identidad de ese “fenómeno” ¿sabríais
decirme a qué jugador me estoy refiriendo?
Punto y seguido. Ha empezado la temporada con la misma fuerza que la terminó, empeñado en demostrar que su físico tiene un hueco en la liga más física del mundo. Su corta estatura no le está impidiendo guerrear delante de las peores bestias de este circo.
Un
reboteador compulsivo que quiere demostrar a propios y extraños que
su liga es esta, que cuando salta la diferencia de centímetros se
iguala; entonces es más grande.
Pero
eso no lo aprendió en la NBA pues su fuerza, garra e intensidad
vienen de mucho antes, de una filosofía de vida.
Faried
aprendió a dar lo que otros no querían, se curtió, y ahora ofrece
lo que otros no pueden.
Ya
en su etapa universitaria, demostró que su hábitat quedaba
restringido a la pintura, espectro del juego que gobernaba con
tiranía. En Morehead State completó el ciclo universitario con
promedios de 14.8 puntos, 12.3 rebotes y 1.8 tapones realizando una
última temporada bestial en la cual lideró la nación en
dobles-dobles, igualando así a Ralph Sampson en la segunda posición
del ránking de todos los tiempos.
Aunque
el mayor hito que ostenta es el de destronar a una leyenda en activo
del baloncesto, al Dios de San Antonio: Tim Duncan.
En
el partido que le enfrentaba a Indiana State sumó 12 rebotes;
alcanzó la marca. Entonces los demás jugadores de aquel encuentro
se convirtieron en comparsa de un jugador que hizo historia superando
el récord de un histórico, y no por poco además, pues estableció
el nuevo registro en 1673 rebotes (Duncan hizo 1570).
Kenneth
Faried superó una marca que había permanecido inalterada desde
1997. Tuvo que saltar mucho y muy alto para alcanzar ese trono; batió
el récord, y lo hizo desde sus 2.03.
Así
pues su ferocidad viene de lejos, de una fuerza innata que exprime al
máximo. La inyección económica que supuso su entrada a la NBA
sirvió de desahogo a su madre, enferma del riñón. Ahora más que
nunca, recibe un aliento muy especial, el suspiro que él le dio.
Kenneth
Faried es un jugador con un enorme margen de mejora. Tiene muchos
puntos débiles y aunque los empieza a trabajar, su meta aún está
lejos. Su velocidad e intensidad le permiten interceptar muchos
balones, y en los contraataques o transiciones rápidas (en Denver
abundan) su par se queda atrás, por lo que suele acabar la jugada
con un estruendoso sonido procedente del aro. Un sonido que si se
produce cerca de las montañas rocosas, provoca un sonoro eco de la
afición.
En
estático su importancia se reduce, conoce su papel y sabe que su
momento llegará. Espera agazapado a que el balón salga repelido del
aro y cuando eso sucede, salta a por él.
Para
ser un gran reboteador no es indispensable tener una gran capacidad
atlética, ni ser muy grande. Basta con tener una buena colocación,
pelear con intensidad cada balón y tener un buen timing de salto; es
su caso.
En
la presente temporada ha mejorado sus números en la mayoría de
puntos estadísticos, sin embargo hay uno en el que debo incidir,
pues no tan solo no lo ha mejorado, sinó que lo ha empeorado
ostensiblemente. En lo que llevamos de temporada, su porcentaje de
tiros libres ha bajado dramáticamente hasta el punto de situarse por
debajo del 50% (la temporada anterior tuvo un 66.5%). Situación
similar a la que vivió en su año sophomore otra bestia de la
pintura: Blake Griffin.
Aun
le queda un gran camino por recorrer, pero su físico y su juego me
recuerda mucho a otros jugadores cortos de estatura. Jugadores que
suplían la falta de centímetros con un corazón más grande que su
cuerpo; hablo de hombres del calibre de Ben Wallace o Dennis Rodman.
El
mitad hombre mitad animal (en la universidad uno de sus apodos era
Mannimal) debe conservar esa parte animal para subsistir en la NBA,
pero si quiere crecer y ser algo más que una “simple” fuerza de
la naturaleza, deberá mejorar su parte más humana; desarrollar un
tiro decente desde la media distancia, así como un juego de pies
mejor del que posee. Si lo consigue su progresión como jugador será
espectacular.
Solo
es el principio.
Peazo artículo!!! Y los tapones de Faried sobre Henderson y Westbrook brutales!
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