En
el último partido contra Boston vimos, de nuevo, como las dudas se
apoderaron de LeBron, que acabó pasando el balón en lugar de
jugarse el tiro ganador. Pero, otra vez, superado por la presión y
el temor a no cumplir las desmesuradas expectativas puestas sobre él,
volvió a pasar el balón. El resultado fue el fallo de Haslem,
jugador que no es la primera vez que recibe el venenoso pase de
LeBron James.
El
talento precoz de Akron ha crecido, pero parece arrastrar las
inseguridades de su infancia. Permanece atado a ellas.
Más
allá de gustos personales, nadie puede discutir el talento de
LeBron. Sus números hablan por si solos: 27.6 puntos, 7.2 rebotes y
6.9 asistencias de promedio en sus 8 años como profesional.
La
forma de irse de Cleveland no gustó, me incluyo, tuvo una actitud
arrogante y poco considerada, pero hagamos un ejercicio de empatía:
Imagina que en tu profesión eres la referencia, tienes un talento
innato para lo que haces y no paran de decirte lo bueno que eres, y
esto sólo es el comienzo, ¿lo tienes? Vale. Ahora visualiza, ya sé
que es difícil, que al cumplir los 18 años te ofrecen un contrato
de 90 millones de dólares. ¿Cómo asumirías el brutal cambio de
vida que representaría? ¿Cambiarías tus amistades? ¿Te verías
superior al resto?... Quizá tocado, bendecido si lo prefieres, con
un don raramente concedido. Quizá te considerarías un elegido, es
decir, “The Chosen One”.
Muchas
veces es necesario conocer los orígenes de una persona, sus traumas
y sus miedos, para comprender porque son como son, porque hacen lo
que hacen.
La
NBA está llena de historias trágicas, familias rotas por la droga,
el alcoholismo o las bandas. Tiene que ser realmente difícil salir
de esas aguas enfangadas, aislarse de ese cúmulo de errores que
pequeñas esponjas ven a su alrededor, que se esfuerzan en no copiar,
buscando un ejemplo de buena conducta, uno en el que puedan
reflejarse para así poder crecer.
LeBron
James fue un caso más, uno de esos que tanto abundan en la NBA. Su
madre lo sacó adelante sola. Con 16 años y un bebe en brazos,
Gloria tuvo que buscarse la vida como buenamente pudo, pues su madre
(la abuela de LeBron) murió al poco de nacer su nieto.
Debido
a la precariedad de su trabajo y el aislamiento con el que Gloria
pretendía proteger a LeBron de la marginalidad y la delincuencia que
reinaba en las calles de Akron, el pequeño no consiguió arrelar
amistades. La vida nómada que tenían le dificultaba sobremanera que
esa semilla, vital para cualquier niño, se formara adecuadamente.
Cuando
entró al colegio empezó a utilizar el deporte como catalizador de
sus emociones, frustraciones y miedos.
Allí
encontró a un mentor, un espejo personal y deportivo, en el que
quería parecerse. Su entrenador, Franki Walker, acordó con Gloria
que el joven LeBron se mudara a su casa. En un ambiente más estable,
menos nocivo, podría crecer mejor, ser parte de una familia. Una de
verdad.
En
esos años consiguió lo que tanto había anhelado en su niñez, el
baloncesto le otorgó el primer premio, de los muchos que vendrían,
pero quizá este sea el de más valor. La amistad, que aún perdura,
entre LeBron, Joyce, Cotton, McGee y Frankie Jr.
Los
“Fab Four” tomarón la decisión de no separarse y prometieron
que seguirían jugando juntos en el instituto St. Vincent-St mary.
Sus
números no paraban de subir y empezó a recibir los primeros
galardones, premios de poca importancia, teniendo en cuenta los que
obtendría en años venideros.
Los
números que tenía por aquel entonces no distan mucho de los que
tiene en la actualidad, a pesar de que ahora es defendido por algunos
de los mejores jugadores del mundo. Eso demuestra que siempre ha sido
un privilegiado físicamente y la referencia, no solo de su equipo,
sino de la liga.
En
su año junior la popularidad de LeBron alcanzó un nuevo pico.
Altitudes difíciles de gestionar para un adolescente que pasó de
ser invisible, de querer serlo, a recibir la atención de toda la
nación.
Ese
año apareció en portada de las revistas deportivas más influyentes
del país: SLAM, Sports Illustrated, ESPN... Su ya de por si tremendo
potencial fue explotado para vender un producto que, con el tiempo,
haría millonarios a muchos. Le hicieron creer realmente que era un
privilegiado, se encargaron de tapar sus defectos con colorete y de
resaltar sus mejores atributos con un pintalabios de color verde. El
color del dólar. A raíz de eso su popularidad creció como la
espuma, hasta el punto que desbordó, y tuvieron que buscar otro
pabellón más grande para satisfacer el gentío que quería ver al
futuro rey.
Jugadores
como Shaquille O'Neal o el mismísimo Michael Jordan hablaban de él.
Incluso algunos partidos fueron televisados a nivel nacional. LeBron
se encontraba en una nube que no hacia más que ascender. Una
ascensión sin techo. El éxito desmedido lo convirtió en arrogante.
En
su año senior llevó a su equipo a la consecución del tercer
campeonato estatal, además de conseguir infinidad de reconocimientos
individuales y nombramientos MVP en eventos de prestigio nacional.
Fue
seleccionado por los Cleveland Cavaliers en la primera posición del
draft del 2003. A partir de ahí su carrera fue meteórica y,
siempre, superando las altas expectativas que soportaba en su ancha
espalda, la elegida. Alcanzaba récords individuales a una velocidad
de vértigo. La pregunta no era qué conseguiría, sino cuando.
Aquella
misma temporada fue nombrado Rookie del Año convirtiéndose en el
jugador más joven de la historia en conseguirlo, además de
conseguir promediar 20 puntos, 5 rebotes y 5 asistencias por partido
en su primera temporada en la liga, algo que hasta aquel entonces
sólo habían conseguido Oscar Robertson y Michael Jordan.
LeBron
parecía tener prisa por conseguir lo que unos pocos tardarían una
década en lograr y que muchos otros otros no alcanzarían nunca.
Se
convirtió en el jugador más joven en conseguir un triple-doble, en
anotar 50 puntos, en alcanzar los 3500 puntos, 1000 rebotes y 1000
asistencias, ser nombrado en uno de los tres mejores quintetos de
año, en promediar más de 30 puntos por noche, en ganar el MVP del
All-Star...
Con
tan sólo 22 años fue el estandarte de unos Cavaliers que escalaron
hasta Las Finales, para acabar sucumbiendo frente los poderosos
Spurs. Pero, por el camino, LeBron volvió a dejar su huella anotando
los últimos 25 puntos de su equipo, en el enfrentamiento contra
Detroit. Aquella actuación aún no la he podido borrar de mi
mente...
En
la siguiente temporada recolectó nuevos récords y la mayor
distinción individual que un baloncestista puede conseguir, el MVP
de la fase regular. Galardón que el año siguiente repetiría.
En
la Temporada 2010-2011 llegó el esperpento, un ejercicio de
narcisismo que acrecentó envidias y despertó odios. El show
televisivo fue llamado “The decision” y acabó confirmando los
augurios que lo situaban en South Beach, donde se encontraría con
dos estrellas, y amigos, Dwayne Wade y Chris Bosh.
Quizá
la forma en la que hizo oficial su fichaje por Miami no fue muy
“cavalier” y él mismo reconoce que se equivocó en su proceder.
Pero, aún criticando su decisión, a mi entender, recibió críticas
exageradas y, porque no decirlo, inmerecidas. Pues aunque las formas
fueron las peores, el fondo era entendible. El propietario del
equipo, Dan Gilbert, fue el primero en alentar a la fanaticada a que
quemasen camisetas de “King James”, de defenestrarlo como jugador
y como persona. Incluso lo maldijo.
La
hipocresía de Gilbert fue grande, pues no había sabido acompañar a
LeBron de un equipo lo suficientemente competitivo, prueba de ello es
el brutal hundimiento que sufrió Cleveland tras su marcha. Y es que
al propietario de la franquicia, parecía utilizar mejor la crítica
que la autocrítica. Tan solo supo rodear a su estrella, 2 veces MVP
de la liga, con medianías y complementos, algunos de ellos muy
veteranos como O'neal, Parker, Larry Hughes, Jamison... jugadores que
su mejor época ya había pasado. Cabe recordar que la segunda
referencia que tuvieron esos Cavaliers fue la de Mo Williams, un buen
anotador. Sin más.
El
año posterior los focos se dirigieron al “Big Three” de Miami,
los favoritos al anillo cayeron ante unos combativos Mavericks de un
colosal Dirk Nowitzki.
Una
nueva decepción para el elegido, otro año sin el anhelado anillo.
Un anillo que sigue inmune a su voraz precocidad.
LeBron
siempre ha sido, y es, un personaje comprometido con su ciudad,
Akron, y siempre se ha mostrado dispuesto a ayudar, bien sea mediante
la donación de dinero para centros deportivos o organizando eventos
en los cuales su presencia significa un imán para el turismo de la
zona.
LeBron
James no es uno de mis referentes, y con esto no quiero hacer cambiar
vuestra opinión sobre él, sólo quería hacer ver que su
arrogancia, chulería o prepotencia se pueden justificar, de alguna
forma, con lo que ha vivido. Y es cierto que hay jugadores NBA con
infancias y adolescencias aún más duras que las de LeBron, pero
ninguno de estos jugadores que os vienen a la cabeza ha pasado de la
minucia a la inmensidad en un lapso de tiempo tan reducido.
LeBron
se convirtió en el rey de la selva, la misma que estuvo a punto de
devorarle. El mismo trono que ostenta en la NBA con su tercero MVP.
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