En
la NBA se suele a agrupar a los jugadores en los listados más
variopintos. Hay clasificaciones de los géneros y temáticas más
variadas, pero, entre todas ellas, hay una lista maldita. Una lista
compuesta por nombres de una calidad inmensa, jugadores que nos
evocan jugadas míticas, momentos únicos de nuestro amado deporte.
LeBron James ha sido tachado de ella, el rey ya tiene corona, y, más
importante, anillo. Por fin.
Charles
Barkley, John Stockton, Karl Malone, Reggie Miller, George Gervin,
Allen Iverson, Steve Nash o Chris Webber, entre otros, comparten algo
en común. Son jugadores de leyenda, dioses del baloncesto, prodigios
bendecidos con un don, pero, también, de una fortuna esquiva. Bien
sea porque sus equipos no los supieron rodear como es debido o porque
tuvieron la desgracia de coincidir en el tiempo con equipos como los
Bulls de Jordan o los Lakers de Kobe y Shaq, la realidad es que se
quedaron sin el ansiado anillo.
En
esta lista, hay un nombre que todavía aspira a ser borrado de ella.
Un veterano al que la hambre de un novato le hace seguir, persistir
en su sueño. Hablo de Steve Nash.
El
orgullo de Canadá, irónicamente, nació en Johannesburgo, hace 38
años.
Su
familia vivía por y para el deporte, Nash tan solo tuvo que dejarse
llevar por la corriente. Era un buen atleta, el talento emanaba de
sus pies del mismo modo que lo hacia de sus manos. Una prueba de ello
fue el doble nombramiento como jugador del año (Columbia Britanica)
que recibió en baloncesto y fútbol.
En
el momento de tomar la elección que marcaría su vida y, sin
saberlo, la de muchos, Nash decidió nadar a contracorriente. En una
familia futbolera (padre y hermanos fueron profesionales) él se
decantó por el baloncesto. Una decisión acertada, sin duda, viendo
quien ha sido y qué ha representado... y representa.
Aunque
sus números de instituto eran espectaculares (en su año senior
bordeó promedios cercanos al triple doble) no le fue fácil
encontrar universidad. Su endeble físico y su poca capacidad
atlética, ocultaron su talento a los necios que no supieron ver más
allá. El único que confió en él fue el único que lo vio jugar en
persona, dominar desde la posición de base como pocos podían hacer.
Dick Davey se lo llevó a la universidad de Santa Clara. Allí
completó los cuatro años de rigor. Sus números fueron un preludio
de lo que vendría, batió récords en porcentaje de tiros libres,
asistencias y triples anotados. En 2006 su universidad decidió
retirarle dorsal para que nadie osara volver a lucir, indignamente,
el número 11 en su zamarra. El 2 veces MVP de la NBA, una supernova
en esa constelación de estrellas, merecía tal reconocimiento.
Empezó
su carrera siendo un peón en Phoenix (número 15 del draft de 1996)
invisible a los halagos que otros gozaron desde su llegada.
Eclipsado por Kidd, Nash trabajó para labrarse su camino, mejorar su
físico hasta su limite, un limite que para muchos otros era el
comienzo.
Pero,
aterrizar en la liga y tener que competirle el puesto a uno de los
bases más completos de la NBA era una utopía. Nash aprendió de
Kidd, pero tuvo que ser en Dallas donde pusiera en práctica lo
aprendido. Al tercer año de dirigir la franquicia tejana, dobló sus
números, creció como jugador y su equipo creció con él. El
tridente tejano empezó a asustar a la liga: Steve Nash, Michael
Finley y Dirk Nowitzki eran el triple cuerno de los vaqueros.
En
la temporada 2001-02, y, coincidiendo con el cambio de escudo
(pasaron de un sombrero a un caballo) los Mavericks empezaron a
galopar hasta la cima. Los cowboys se convirtieron en el equipo más
ofensivo de la NBA, un ataque de gatillo rápido y efectivo.
El
paso al frente definitivo fue en la temporada siguiente, la cual
empezaron con un balance de 14 victorias, para un total de 60. Un
equipo preparado, con mimbres de campeón, que una inoportuna lesión
en el tercer partido de las Finales de Conferencia del general alemán, Dirk Nowiztki, impidió a los Mavericks alcanzar la cúspide
de la NBA. En el sexto partido fueron eliminados por los San Antonio
Spurs. La bestia negra de Steve Nash.
En
la temporada 2004-05 Nash separó su andar de la senda de Dallas para
coger otro camino, el que le haría MVP y le convertiría en leyenda.
Los Phoenix Suns lo consideraban uno de los suyos y hicieron todo lo
posible para reconvertirlo a su causa. Allí, Steve Nash evidenciaría
el motivo de su insistencia. Nadie podía esperar lo que estaba por
suceder en el corazón del árido desierto de Arizona. Asistir (nunca
mejor dicho) a un despertar.
Steve
Nash hizo renacer el fénix y lo hizo volar hasta lo más alto de la
liga. Convirtió aquel equipo en un ave veloz y letal, capaz de
hacer arder a sus rivales con un ritmo de transiciones frenético.
Reavivó a un equipo gris y apagado, su llegada conllevó un incremento
de 15 puntos respecto a la temporada anterior (de 94.2 a 110.4),
números que mantuvo, con ligeras oscilaciones, hasta la temporada
2009-10. Convirtió a los Suns en un referente, en marca propia. Phoenix fue un equipo
admirado por todos, el más brillante de la competición. Su luz era tan
cegadora que eclipsaba, en juego, al resto.
Steve
Nash nunca ha tenido un físico al nivel de los monstruos que pululan
por la NBA, y, evidentemente, no lo tenía en su segunda etapa en los
Suns, pues fichó por Phoenix cuando ya superaba la treintena. Aunque
eso no representaba ningun problema para Nash, pues compensaba esa
carencia explotando el físico de portentos atléticos
como Shawn Marion o Amare Stoudemire a los que sacó el mejor
rendimiento de sus carreras. Un equipo pequeño, como no podía ser
de otra forma, liderado por uno de los mejores pasadores de la
historia. Su lectura del bloqueo y continuación era magistral, sabía
dar el pase justo en el momento adecuado, gozaba de visión
panorámica y de uno de los cerebros más rápidos de la liga. Nash
ejecutaba con desconcertante precisión el difícil trabajo que Mike
D'Antoni le encomendaba sin que ello conllevase disparar el número
de pérdidas. Verlo jugar y asistir con tanta rapidez a la par que
seguridad era, simple y llanamente, sublime. Sabía en cada momento
cuándo y cómo sacar a relucir su privilegiada muñeca y cuándo y a
quién asistir. Él fue el motivo por el que Phoenix creció tanto,
pues no sólo hizo crecer a la franquicia, sino a sus compañeros,
algunos de los cuales, deberían darle (mínimo) el 10% del salario
que están cobrando. Sería lo justo, pues sin él no estarían
ganando lo que ganan. ¿Verdad Amare?
El
quinto máximo asistente de la historia fue el pasador más prolífico
en las temporadas 2004-05, 2005-06, 2006-07 y 2010-11, el culpable de
la metamorfosis de aquellos Suns.
La
NBA le recompensó en esos tres años con 2 premios MVP, el tercero
se le resistió (segundo en las votaciones), pues fue a parar a Dirk
Nowizki, galardón bastante discutido debido a la temprana
eliminación de los Mavericks a manos de Golden State.
Pero
el reconocimiento individual no acompañó al colectivo. La mala
suerte privó a aquel equipo y a Steve Nash de un anillo que, por
juego, deberían haber ganado. Lamentablemente, los Suns tuvieron que
lidiar con demasiados contratiempos, infortunios y, por qué no
decirlo, una injusticia.
En
la temporada 2005-06 dejaron escapar a Joe Johnson (su relación con
STAT era pésima) y perdieron a Stoudemire para toda la temporada
debido a una microrotura en la rodilla. A pesar de esto, llegaron, de
nuevo, a Finales de Conferencia. Nash exprimió hasta la última gota
una plantilla más escasa en talento de lo que pudiese aparentar su
récord y su juego.
En
la siguiente temporada, en las semifinales de Conferencia contra los
Spurs, se sucedió una de las mayores injusticias de la historia de
la NBA, la liga empequeñeció y, de forma tiránica, castigó a la
víctima.
Siempre
he tenido la sensación de que la liga no respetó lo suficiente el
producto que significaban los Suns, por lo menos no al nivel que lo
hicimos los fans. Aquel equipo fue maltratado en numerosas series de
Playoffs, bien fuera por Lakers, Clippers o, sobre todo, Spurs. Para
detener a los Suns, estos y otros equipos desarrollaron un juego
trabado, incluso sucio (unos más que otros), sobrepasando la
legalidad con demasiada impunidad arbitral.
Cuando
se desconecta el cerebro, por muy buena que sea la maquinaria, esta
no puede funcionar de forma óptima. Esto es lo que quiso hacer Gregg
Poppovich mandando a su sicario. Los Suns perdieron el primer partido
de la eliminatoria después de que Nash tuviera que abandonar la
pista a falta de 1 minuto por una brecha en la nariz en un
encontronazo con Parker, a eso se le puede considerar un lance del
juego. No así lo que sucedió en el cuarto partido de la serie, en
el que Nash recibió (a pocos segundos del término del partido) una
falta de una dureza desmedida. Un vil intento de oscurecer la luz que
Nash transmitía, que su equipo necesitaba.
La
vergonzosa actitud de Robert Horry tuvo un inmerecido premio, la
sanción a Stoudemire y a Boris Diaw por salir del banquillo en
respuesta a un ataque a su líder.
Permitidme
la licencia: Where unfair happens...
Con
sus dos mejores interiores fuera, los Spurs ganaron por un ajustado
88-85 en Phoenix y remataron la faena en su campo.
Tengo
la sensación, quizá subjetiva, de que aquellos Suns, de ganar esa
eliminatoria contra los Spurs, hubiesen sido campeones, pues en las
Finales de Conferencia se habrían enfrentado a un rival
relativamente asequible como eran los Jazz y en Las Finales contra un
LeBron demasiado solo para responder al vendaval anotador de los
Suns. Pero eso pertenece al terreno del basket-ficción...
A
veces la vida es injusta, ese año lo fue con los Suns y con Nash,
pero, al mismo tiempo, esa puñalada trapera de David Stern sirvió
para acrecentar, aún más, el fanatismo hacia los “Soles”, de
proporcional forma que disparó el odio que, como yo, muchos llegaron
a sentir por aquellos campeones indignos.
Yo
no pondría un asterisco al anillo Spur del 1999, lo pondría al del
2007.
En
temporadas posteriores, y a pesar de los esfuerzos (insuficientes a
todas luces) para reforzar el equipo, los Suns no consiguieron
mejorar su plantilla, que fue empeorando paulatinamente con
movimientos y traspasos de dudoso acierto. Ni la llegada de veteranos
como Grant Hill, Shaquille O'neal o Vince Carter remediaron el
progresivo apagón del Sol de Phoenix.
Pero,
a diferencia de la luz de Phoenix, la de Steve Nash aún se mantiene
incandescente al paso del tiempo, al desgaste de la edad. Su ocaso
llegará pronto. Quizá, aquel fénix que las manos de Steve Nash
hicieron renacer vuele hacia la ciudad del fuego, Miami, para que,
una vez allí, pueda descansar con un anillo. El anillo que merece.
El
fénix que surgió de las cenizas para surcar la constelación de
estrellas ha desaparecido, pero su estela permanecerá perenne en el
firmamento.
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